「先生、ヤギって何?」
「えっ?15歳にもなってヤギが何か知らないの?」
「えっと、動物で…」
生徒は口ごもりながら言った。
「ヒツジのことだよ」
別の生徒が助け舟を出した。
「ヤギはヒツジじゃないよ」
僕は説明した。
「だいたい同じなんじゃないの」
最初の生徒が答えた。
ここから、ヤギとヒツジについての激しい論争が始まった。無知な者ほど叫ぶ、というやつだ。僕は確信した。生徒の大部分は都会出身で、男子も女子も、ヤギがどんな姿をしているのか、明確なイメージがわかないのだということを。ヒツジも同じだ。それに、「知ってるからって何の役に立つの?」と返されそうだ。でも、僕は無益だとは思わない。というわけで、生徒にひとつのエピソードを話して聞かせた。「話すこと」と「聞くこと」は、教師や人間がこの世に現れてからいつもやってきたことだ。
僕は幼少時代、毎年両親の田舎で夏を過ごした。田舎の中でもド田舎の村だった。村ではどの家も2、3、4頭のヤギを飼っていて、乳をしぼり、チーズを作り、子ヤギを売っていた。ヒツジと間違えることなどありえなかった。ヒツジは明るい色の羊毛で覆われている。ヒツジのメスには角がない。一方で、ヤギは毛が少なく、直毛で、メスにも角がある。ヤギの群れには、一頭だけオス(macho cabrío)がいる。オスは「cabro」または「cabrón」とも呼ばれる。でも、「cabrón」という言葉はあまり使われない。スペイン語で「cabrón」は、侮辱的な言葉でもあり、「悪意のある人」という意味もある。仲の良い友達同士で親しみをこめてこんな会話が交わされることもある。
Pero Miguel, ¡qué cabrón que eres, macho!” (ミゲル、お前ほんとにひどいヤツだな!)
夕方になると村人が一人ずつ毎晩交替で広場に出て、ヤギ飼いの仕事をしていた。ヤギ飼い当番は肩に毛布をかけて、片方の手にホラガイ、もうもう片方の手に太い杖を持っていた。ホラガイが力いっぱい吹かれると、強く、低く、深い音が村中に響いた。すると村人たちは家のヤギを放し、ヤギの方も自然と広場に集まってくるのだった。群れが集まると、ヤギ飼いは1頭のオスヤギと1、2匹の犬を連れて、群れを山へ連れて行った。翌日の早朝に戻って来て、群れを広場に残すと、ヤギたちはそれぞれの家に戻って行った。鳴き声を聞いた飼い主たちは戸を開け、柵の中に入れて乳をしぼり、ヤギを休ませた。
祖父が肩に毛布をかけてヤギの群れを連れて山に行く光景は、祖父がやっていた他の多くのことと同様、幼い僕の目にどこか魅惑的に映った。僕は集落と山の境界にあった脱穀場まで祖父を見送って、その後家に帰って行った。
一度だけ、祖母が外出していた晩、祖父は僕を山まで連れて行ってくれた。夕食には、祖父がパン切れの上でナイフを使ってカットした堅いチーズとラードを食べた。その夜、僕はほとんど眠れなかった。毛布にくるまって、不安、火、暗闇、星、ありとあらゆるものをずっと眺めていた。
Profe, ¿qué es una cabra?
─Profe, ¿qué es una cabra? ─preguntó un alumno en
clase el otro día.
─¿Eh? ─respondí, sorprendido ─¿Con quince años
no sabes qué es una cabra?
─Es un animal… ─contestó, titubeante.
─Es una oveja ─exclamó otro para echarle una mano.
─Una cabra no es una oveja ─dije.
─Pues más o menos debe de ser lo mismo ─concluyó
el primero.
Eso provocó un incendio de opiniones encendidas
sobre cabras y ovejas. Ya se sabe que aquí cuanto menos sabemos de algo, más
gritamos. Me convencí de que la mayoría de mis alumnos, chicos y chicas de
ciudad, no tenían ninguna imagen mental clara de una cabra. Ni de una oveja. Al
fin y al cabo, ¿para qué sirve todo eso?, se preguntarán. Yo creo que sirve para algo, así que les conté
una historia. Eso es básicamente lo que hemos estado haciendo los profesores y
el resto de seres humanos desde que lo somos: contar historias y escuchar las
de los demás.
Cuando era un niño pasaba todos los veranos en
una aldea perdida en medio de ningún sitio. Entonces, cada familia de aquel
lugar tenía dos, tres o cuatro cabras para tener leche, poder hacer queso, y
vender los cabritos. No las confundían con las ovejas, porque las ovejas tienen
mucho más pelo (lana), suelen ser claras y no tienen cuernos, excepto los
machos. Las cabras, en cambio, tienen poco pelo, es liso y las hembras tienen
cuernos cortos. En cada rebaño había un macho cabrío, llamado también cabro, o
cabrón. Lo de “cabrón” no se decía mucho, porque era y es un insulto muy grave.
Significa “persona con muy mala intención”. A veces, entre amigos, se puede
decir con cariño: “Pero Miguel, ¡qué cabrón que eres, macho!”
Cada atardecer, por turnos, aparecía uno de los
vecinos por la plaza con una manta al hombro, una caracola en una mano y un
bastón grueso en la otra. Soplaba con fuerza en la caracola y el sonido
resultante, bajo y profundo, retumbaba por todo el pueblo. Los vecinos dejaban
salir a las cabras de sus casas, y ellas solas se dirigían a la plaza. Una vez
formado el grupo, el pastor, acompañado de un macho cabrío y uno o dos perros,
se las llevaba al monte. Por la mañana temprano, las traía de vuelta y las
volvía a dejar en la plaza. Cada grupo de cabras se dirigía a su casa y balaba
en la puerta hasta que sus amos les abrían la puerta y las metían es su corral
para ordeñarlas y que descansaran.
Cuando mi abuelo se echaba la manta al hombro y
se iba con el rebaño de cabras, de alguna manera a mí como niño me parecía algo
mágico, como tantas otras cosas que él hacía, y lo acompañaba hasta las eras, donde
acababa la aldea y empezaba el campo. Luego, volvía a casa.
Una noche, solo una, en que mi abuela estaba
fuera de la aldea, me llevó con él. Cenamos trozos de queso duro y tocino
blanco que iba cortando con su navaja sobre rebanadas de pan. Me pasé la noche
casi sin dormir, acurrucado en su manta, mirándolo todo: el miedo, el fuego, la
noche oscura y las estrellas.
What´s a
goat, prof?
─What´s a goat, prof? ─asked
one of my students some days ago.
─Uh? You are fifteen, but
you don´t know what a goat is? ─I asked back.
─It´s an animal ─he said,
hesitantly.
─It´s a sheep ─cried
another one, trying to help him out.
─A goat is not a sheep ─I
said.
─More or less it is the
same ─argued the first one.
That caused a fire of
passionate opinions on sheep and goats. We all know the way it works here; the
less you know, the louder you get. At the end of it all, I had concluded that
most of my students, city boys and girls, don´t have a clear idea of what a
goat looks like. Nor a sheep. After all, it is useless knowing that, is it not?
I don´t think it is useless, so I told them a story. Basically, that is what
teachers and other human beings have been doing since we are teachers or
humans: telling stories and listening to them.
When I was a child, I
spend every summer in a tiny village lost in the middle of nowhere. Then, every
family in the village had two, three, four goats for milk, cheese and kids.
Nobody would mistake them for sheep, because sheep have longer curly hair
called wool, they tend to be lighter in colour and they don´t have horns, that
is to say, females don´t. Males do. On the other hand, goats have shorter
straight hair and females have short horns. In every flock there is a
billy-goat, called in Spanish “cabro” or “cabrón”. People didn´t use much the
word “cabrón”, because it was (and still is) a grave insult meaning “evil
person”. Sometimes, among friends, you can use it with affection: “Miguel, you
son of a bitch!”
Every evening, in turns,
one of the villagers appeared on the main square with a folded blanket on one
shoulder, holding a big seashell in one hand and a thick walking stick in the
other. He blew with strength into the seashell and the deep sound boomed all
over the village. The rest of the villagers let out their goats, and without
any guidance, they headed to the square. Once the flock was formed, their
shepherd, with the help of a billy-goat and one or two dogs, led them into the
hills. Early in the morning, he brought them back and let them on the same
square. Each group of goats knew their own way back home, where they would
bleat at the door until their owners opened the door to let them into their
pens to get milked and rest.
When my grandfather put a
folded blanket on his shoulder and went for the night with the flock of goats,
I, as a child, felt that there was something magical in it, as in so many other
things he did, and I used to go with him until we arrived at the threshing
grounds, where the village ended. Then, I would get back home.
One evening, just one,
when my grandmother was out of the village, he brought me with him. We had hard
cheese and white pork fat that he was cutting on thick bread loaves. I hardly
slept at all curled up in his blanket, looking at it all: my fear, the fire,
the black night and the stars.
0 件のコメント:
コメントを投稿